Misiones
11:09
Florencia Böhtlingk y Carlos Gimabiagi
Florencia
Böhtlingk comienza a viajar al monte misionero en 1993. A partir de
allí, y paulatinamente, trabaja desde una figuración un tanto
esquizofrénica cada uno de los detalles que presenta la selva. Como un
modo de aprehensión de un paisaje ajeno, el trabajo sobre papel sirve
como primera instancia para el trabajo de sus grandes óleos, pero poco a
poco cobra una independencia tal que funciona como espacio inicial para
la investigación de nuevos asuntos.
La
construcción de una idea de paisaje misionero es un trabajo de largo
aliento, que solo es posible para un artista ajeno a esa geografía, caso
que vamos a ver reiterarse en un pintor como Carlos Giambiagi. De todos
modos, la distancia inicial, esa que encuentra Böhtlingk cuando llega a
la selva, no es una distancia que permita producir con claridad, todo
lo contrario, la difícil tarea de aprehender un territorio desconocido
entrecruza la distancia y la persistencia y desde este lugar tenemos que
leer las acuarelas presentes en esta muestra: son imágenes plagadas de
dudas e inseguridades, pero también de pequeños logros que son
trasladados a otras telas o motivo de otra acuarela.
Carlos
Giambiagi trabajó, al igual que Böhtlingk, en la construcción de un
paisaje misionero. Junto con su amigo Horacio Quiroga se trasladó a la
selva con el objetivo de alejarse de la ciudad. Allí dedicó su tiempo a
las actividades que el medio le exigía: labrar la tierra, construir su
casa, observar la naturaleza; y parte de su producción proyecta esta
relación. Algo que es evidente en los trabajos de Böhtlingk es la
presencia de las tareas simples y cotidianas, inevitables y
fundamentales para vivir en la selva.En Giambiagi también
encontramos una cuestión de escala: ¿cómo representar la inmensidad de
esos árboles frente al punto de vista del pintor? Sin dudas es el
momento que implica más precisiones, muchas más que en el color. Tanto
en Böhtlingk como en Giambiagi entendemos algo de la extensión del
paisaje, mismo cuando no están presentes las figuras. Esto queda más
claro en la serie de caminos donde el zigzagueo de las líneas marrones
no solo insinúa profundidad sino también marca un punto de apoyo para un
hipotético caminante.
Santiago Villanueva
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